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El pequeño arte de pedir dinero

El triunfo del ‘crowdfunding’ demuestra la fascinación de nuestra cultura por lo mínimo al tiempo que revela cambios profundos en los modelos de negocio tradicionales

Jordi Soler
La cantante Amanda Palmer.
La cantante Amanda Palmer.

El modelo medieval, el de un solo mecenas que aporta una gran cantidad de dinero para patrocinar un proyecto, ha cambiado en el siglo XXI; ahora se pide poco dinero a cientos, o miles, de micromecenas. El crowdfunding, micromecenazgo en español, participa de esa tendencia a lo mínimo que lo invade todo en nuestro tiempo; para hacer una película ya no hacen falta esas cámaras enormes, basta con un artefacto del tamaño de un paquete de cigarrillos, y las cartas que se escribían en hojas de papel el siglo anterior han pasado del mail,más escueto, a la miniaturización radical del chat, del SMS, de Twitter. Así, en lugar de un mecenas, o de una compañía discográfica, cinematográfica o editorial que ponga el dinero, hoy puede optarse por cientos o miles de micromecenas. Para entrar en contacto con ellos, para pedirles que financien un proyecto, existen varias plataformas en Internet, en las que cualquier ciudadano con una idea que, desde su punto de vista, merezca ser financiada, puede anunciarse y pedir dinero y, con suerte, obtenerlo. La Red, en la que vivimos todos atrapados, es el vehículo imprescindible de los micromecenas; en ella coincide, en el mismo instante, un japonés que desea poner dinero con un mexicano que desea invertir también en el mismo proyecto.

El caso emblemático es el de Amanda Palmer, una cantante y performer estadounidense que, después de romper con su compañía discográfica, decidió grabar su nuevo álbum por su cuenta y para financiarlo pidió, en la plataforma Kickstarter, 100.000 dólares (93.000 euros). Unas semanas más tarde sus 25.000 micromecenas habían juntado 1.192.793 dólares (1.110.331,91 euros) a cambio de un ejemplar del disco o, según la cantidad de dinero que habían puesto, de un ejemplar con la cubierta diseñada a mano por Palmer, o una cena o una fiesta con la presencia de la cantante.

El caso de Amanda Palmer es especial porque se trata de una artista con un millón de seguidores en Twitter y un sólido prestigio que ha ganado con muchos años de esforzadas actuaciones, además de que es una cantante con un talento capaz de seducir a miles de micromecenas. Su éxito en el crowdfunding fue tan importante que la célebre organización TED, que se dedica a difundir ideas extraordinarias, la invitó a dar una charla en donde habla de su experiencia con el micromecenazgo, que sintetiza en la idea de que “casi cualquier encuentro humano importante se reduce al acto, y al arte, de pedir”, y de que los artistas deben atreverse a pedir dinero a su público y no pensar que el micromecenazgo es “mendicidad digital”, sino otra forma de obtener financiación para un proyecto artístico. Recientemente, Amanda Palmer articuló sus ideas en un libro autobiográfico de título El arte de pedir (Turner, 2015).

La cantante Amanda Palmer cree que los artistas deben desterrar la idea de que hacen mendicidad

Pero el micromecenazgo no termina en el mundo del arte, se expande hacia cualquier territorio. En una vuelta por las diversas plataformas que se ofrecen en la Red se puede comprobar que la gente pide dinero para cualquier cosa imaginable. Hay, por ejemplo, plataformas de micromecenas especializadas en captar dinero para financiar tratamientos médicos, operaciones o funerales, o también las hay para conseguir el dinero que hace falta para terminar de construir un edificio en Manhattan o para microfinanciar la campaña de un partido político. El fenómeno tiene mucha fuerza en Estados Unidos, pero poco a poco se ha ido expandiendo por los países de Occidente, incluida España, donde ya se han financiado películas, libros, cómics, obras de teatro o festivales musicales, pero también inventos útiles o raros o, por citar un ejemplo vistoso, la restauración de una capilla del monasterio de Pedralbes, en Barcelona, para la que se pidieron 25.000 euros que se convirtieron, gracias al entusiasmo de los micromecenas, en 31.000.

Cataluña es la comunidad con mayor número de proyectos, y lo que menos entusiasma a los micromecenas españoles son los proyectos científicos que alcanzan apenas el 1% del total, cuando en la mayoría de los países europeos llegan al 30%.

El 73% de los proyectos artísticos que durante el año pasado recurrieron al micromecenazgo tuvieron éxito, lograron reunir la cantidad que pedían. El micromecenazgo es un modelo de financiación que durante el año 2014 creció un 114% en España, en comparación con la cifra del año anterior, y este voluminoso crecimiento ha motivado que en el Congreso se haya aprobado recientemente una ley para regular esta actividad.

Hay proyectos de crowdfunding impecables, como el de Amanda Palmer, y otros que son un curioso retrato de nuestra especie. Por ejemplo, un ciudadano de Detroit envío el siguiente tuit al alcalde: “Filadelfia tiene una estatua de Rocky y Robocop quisiera darle a Rocky una patada en el culo. Es un gran embajador de Detroit”. El alcalde, un hombre sensato que duda de las cualidades diplomáticas de Robocop, explicó que la ciudad no podía patrocinar ese proyecto. El ciudadano, que no estaba dispuesto a darse por vencido, montó el proyecto de la estatua de Robocop en la plataforma Kickstarter y al cabo de una semana ya había obtenido 67.436 dólares (62.767 euros) de sus micromecenas, a cambio de mencionarlos a todos en el sitio de Internet que iba anunciando los avances del proyecto, y de una chapa electrónica, de ayudante destacado de Robocop, personalizada. El dinero se consiguió, pero hace más de un año que el entusiasta ciudadano busca un rincón en Detroit donde le dejen poner su estatua. En la plataforma Indiegogo, un hombre pidió dinero para ejecutar una excelente ensaladilla de patata, y a cambio ofrecía decir el nombre de cada uno de sus micromecenas mientras mezclaba los ingredientes del platillo. ¿Apoyaría usted el proyecto de este hombre?, seguramente no, pero 6.911 personas sí lo hicieron y el cocinero se vio, de pronto, con 55.492 dólares (51.652 euros) para confeccionar su excelente ensaladilla. Para paliar la culpabilidad que le produjo ese inexplicable éxito, este hombre invirtió el dinero en la organización de un magno festival de la patata, en Columbus, Ohio.

Menos de la mitad de los proyectos que buscan patrocinadores logran su objetivo

Pero el campeón de los productos chungos que han logrado jugosos patrocinios es el Nophone (el Noteléfono), que consiste en un pedazo de plástico negro, con la forma y el tamaño de un iPhone; la presentación de este producto, que obtuvo 18.316 dólares (17.048 euros) en 15 días, no tiene desperdicio: “¿Tiene cámara? No. ¿Bluetooth? No. ¿Hace llamadas? No. ¿Resiste una caída al retrete? Sí”.

Menos de la mitad de los proyectos que buscan patrocinadores logran su objetivo; de los 22.252 publicados el año pasado por Kickstarter, solo el 15% obtuvo 20.000 dólares (18.618 euros) o más. La legislación sobre el dinero que sale del crowdfunding en Estados Unidos ha metido a una multitud de artistas o inventores, con proyectos patrocinados, en líos con Hacienda, porque ignoran que se trata de un dinero que hay que declarar, y esto ha generado un negocio paralelo de consultorías que orientan legalmente a quien quiera lanzarse a pedir la benevolencia de los micromecenas.

Amanda Palmer advierte en su libro que los artistas que logran financiar sus proyectos con el micromecenazgo son los que han abonado suficientemente el terreno, los que ya tienen un prestigio y una base de seguidores, el resto ha de atenerse a la suerte, al azar, a ese factor que acompaña a proyectos delirantes como el Nophone, que sin el crowdfunding muy probablemente no hubiera existido. Al final se trata de un mercado en el que vende quien logra convencer a sus mecenas.

La compañía discográfica echó a Amanda Palmer porque solo vendió 25.000 unidades de su disco; curiosamente los micromecenas que le financiaron su nueva obra fueron precisamente 25.000. Que 25.000 discos sean un fracaso en un modelo de negocio y un rotundo éxito en otro invita a pensar; la miniaturización, la tendencia a reducir los objetos y los dispositivos ha obligado a aligerar los procesos; quizá esos grandes edificios, con esos enormes estudios de grabación, en los que trabajan cientos de empleados, empiezan a ser ya de otra época y tendrán que adaptarse a las nuevas formas de producir y de vender; el futuro es de lo micro, de lo nano, de lo atómico.

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