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El triste final feliz de Ovidio

Colombia aprueba la primera muerte legal por eutanasia

Javier Lafuente
Ovidio González, en su casa.
Ovidio González, en su casa.

Un hombre que se está quedando sin rostro por un maldito cáncer se ha convertido en la cara de la lucha por morir dignamente en Colombia. Así lo ha querido la vida, o la muerte más bien. La que le dio esquinazo a Ovidio González Correa hace una semana. Con todo previsto, 15 minutos antes de la hora acordada para el adiós, la clínica detuvo el procedimiento. Este jueves, el mismo comité médico ha dado marcha atrás y ha aprobado que Ovidio sea la primera persona que, de forma legal, muera por eutanasia en Colombia. Este viernes se ha cumplido su voluntad.

“Debo ser la única persona que le cae mal a la muerte”, dijo el pasado viernes este zapatero ateo de 79 años. Porque si algo mantiene es el sentido del humor. Un humor ácido. Con él ha afrontado el cáncer en la boca que le diagnosticaron en 2010. Perdió parte de un hueso del lado izquierdo de la cara. Se sucedieron sesiones de radioterapia y quimioterapia. Estéticamente quedó deformado. Anímicamente, golpeado; pero no hundido. Lejos de amilanarse, siguió con su vida sencilla, criando vacas y caballos en Pererira, en pleno eje cafetero. En continuo monitoreo, y con el apoyo de su mujer y cuatro hijos, consiguió esquivar el cáncer cinco años, hasta que a principios de 2015 le volvió a golpear.

Hace tres meses, dijo basta. Le pidió al oncólogo que no le siguiera dando sesiones de quimioterapia, el tumor le había roto la parte izquierda de cara, el cachete. El dolor, intenso, no cesaba. No cesa, de hecho. Cada vez que intenta hablar le supone un sufrimiento adicional. Ovidio solo puede alimentarse con líquidos, recostado. De pesar 81 kilos se ha quedado en 48. “El solo acto de no disfrutar del acto de comer es terrible”, asegura su hijo mayor, el reconocido caricaturista colombiano Julio César González, Matador. Fue a él a quien Ovidio le dijo un día: “Quiero la eutanasia, yo sé para dónde voy y no quiero ser un guiñapo en una cama”, acabar como lo hicieron algunos de sus hermanos o familiares, una familia perseguida por el cáncer.

Ovidio González, antes de sufrir el cáncer.
Ovidio González, antes de sufrir el cáncer.foto cedida por la familia

La primera opción era recurrir a un médico que había ayudado a morir a decenas de personas y este les instó a seguir los cauces oficiales. Desde el pasado 20 de abril, la eutanasia es legal en Colombia después de que el Ministerio de Salud reglamentase una norma de 1997. El 4 de junio solicitaron a la clínica Oncólogos de Occidente, en Pereira, que autorizasen el proceso para morir con dignidad. Los médicos que trataron a Ovidio vieron que reunía todos los requisitos que exige la ley para autorizar la eutanasia. En síntesis: ser él quien solicitaba el derecho, estar en perfectas condiciones psíquicas y padecer un cáncer terminal.

Todo parecía listo. Ovidio, nadie sabe por qué, decidió morir el viernes 26 de junio a las dos y media de la tarde. Comenzaron los preparativos, las despedidas. Hasta el mismo día se acercaba gente a la casa. Ese viernes, Matador recuerda cómo su padre estuvo escuchando música con un amigo, Gustavo Colorado, a quien regaló un disco de tangos de Charlo. En la dedicatoria, cuenta, se podía leer: “Motivo: viaje”. “Lo más duro fue el camino a la clínica”, ahonda el primogénito. Ese día jugaba Colombia contra Argentina y las calles estaban impregnadas por un optimismo antagónico que chocaba con Ovidio y su familia. “Él se movía menos que una pirámide de Egipto”.

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Ovidio González, la semana pasada.
Ovidio González, la semana pasada.Daimler Naranjo

En la clínica, una treintena de personas acompañaba a Ovidio. El proceso consistiría en una sedación para luego aplicarle un fármaco que se lo llevaría, sin sufrimiento. Cuando quedaban 15 minutos para la hora señalada, Diego, otro de los hijos del enfermo, recibió una llamada. Se suspendía el proceso. Pese a que los médicos que habían tratado a Ovidio estaban convencidos, un comité de la clínica formado por un oncólogo, un psicólogo, un abogado y radioterapeuta, decidió, solo con una opinión desfavorable, que no estaba tan claro que el paciente reuniese todos los requisitos y, ante la duda, prefería recurrir a una segunda opinión. La desolación fue total. Solo el humor consiguió limar la tristeza. “¿Por qué no sales cubierto con una sábana blanca? Total, todo el mundo te da ya por muerto”, le decían sus próximos.

La semana ha sido intensa y aún más dolorosa para Ovidio. La familia se aferraba a que se cumpliese la ley, esa que permite evitar el sufrimiento a un enfermo terminal. El caso, que se había guardado con mucho celo, saltó a los medios y la expectativa creció. Este jueves, por fin, les dieron la triste buena noticia. El mismo comité que había decidido parar su marcha, ahora, con el respaldo de la Asociación Colombiana de Radioterapia Oncológica y el visto bueno del Ministerio de Salud, aprobaba la solicitud de Ovidio. Una de las pocas palabras que, según cuenta su hijo, consiguió decir al enterarse de la noticia eran para el médico que había retrasado su adiós: “Muero por conocerlo”.

Ovidio González, junto a su casa.
Ovidio González, junto a su casa.

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Sobre la firma

Javier Lafuente
Es subdirector de América. Desde 2015 trabaja en la región, donde ha sido corresponsal en Colombia, cubriendo el proceso de paz; Venezuela y la Región Andina y, posteriormente, en México y Centroamérica. Previamente trabajó en las secciones de Deportes y Cierre del diario.

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